¿CAMBIARÍA ALGO DEL ESTILO DE VIDA VIAJERO?
Puff, pienso en esto y solo se me viene una cosa a la cabeza. No me importa ni ser constantemente pobre, ni no tener una casa “permanente”, sino ir de hostal en hostal y de ciudad en ciudad, y ni si quiera me importa la incertidumbre del “qué va a pasar…”. Todo eso se reduce a nada si pienso en que es esa UNA cosa que cambiaría de mi vida viajera: la gente.
Con esto me refiero a que es tan mágico, tan difícil y tan feo conocer gente increíble, confiar, conversar de temas profundos e interesantes, enamorarse e ilusionarse, aprender, crecer y divertirse, ser real y auténtico en compañía…y después, despedirse. Ahora que lo escribo incluso, se me estruja el corazón. Eso le cambiaría a los viajes. Y mientras lo escribo, pienso en que tampoco es algo que cambiaría porque implicaría dejar de conocer a gente demasiado top, pero duele tanto decir “good bye”. Se trata de ese tipo de dolores que conlleva el amor. Esos amores que matan de Sabina.
Me gusta viajar sola por la cantidad de cosas que he llegado a aprender, de manera continua y constante, de mí misma, del mundo, de la gente, de la vida misma. Pero, como siempre he dicho, la razón principal por la que me gusta viajar sola es porque así también llego a conocer y a tener encuentros con gente de todos los países y culturas, y a tener una familia que está creciendo de manera continua. Y por eso, aunque lo que cambiaría de los viajes es la gente que conozco (para no tener que despedirme y evitar ese dolor), son esas personas tan únicas e interesantes, las que hacen que un viaje sea especial y único. Es lo que hace que, a pesar de estar lejos de mi casa, mi familia y mis amigos de toda la vida, quiera seguir viajando y descubriendo.
Salir de casa y empezar a viajar es decidir cambiar de perspectiva para siempre, aunque el viaje sea corto. Porque una vez que sales descubres lo que es la vida, te descubres a ti mismo. Y cuando regresas, dejas de pertenecer al lugar del que saliste. No porque dejes de hacerlo, sino porque cambiaste tanto, que es difícil, por no decir imposible, volver a lo de antes. Y por eso, un buen viaje es como una droga: una vez que lo experimentas, no puedes dejar de consumirlo y de repetir la experiencia.
Hace un par de días me encontré con una vieja amiga y nos pusimos a hablar de la vida y de los sueños. De lo que cada una espera para su futuro y para la construcción de su historia. Ella ya está casada y en un corto/mediano plazo quiere empezar a tener hijos. Tiene la posibilidad de quedarse en España, porque su esposo es español, pero no lo va a hacer porque quiere que sus hijos crezcan cerca de la familia que tienen en Ecuador. Quiere que experimenten lo que es tener una tía con la que chismosear de la vida, primos que son como hermanos, amigos de toda la vida (que también son como hermanos)…Quiere que sus hijos tengan la posibilidad de tener ese tipo de relaciones que solamente se construyen con el tiempo, la cercanía y la constancia. Y mientras ella me contaba todo esto, me puse a pensar que yo también quiero eso para mis hijos y para mí. Porque ahora que estoy, y que he estado lejos durante tanto tiempo, es verdad que tengo a mis amigas de siempre y que hablo con ellas/ellos de vez en cuando, y parece que no ha pasado un día desde la última vez que nos vimos o hablamos, estoy consciente de que si sigo estando lejos, el amor, el cariño y la confianza van a mantenerse, pero no tendremos más memorias ni historias comunes que contar. A pesar de eso, no quiero regresar todavía.
Y he aquí la cuestión: Si yo pienso en lo que quiero de aquí a 5-10 años, debería regresar…pero si pienso en lo que me hace feliz hoy y en esta etapa de mi vida, regresar equivaldría a suicidio. Si mi plan de vida no incluyera una familia, viajaría toda la vida…pero si pienso en hijos, tengo que establecerme. La cuestión es, ¿cuándo? ¿Hasta qué punto hay que renunciar o modificar un presente que nos vivifica por un futuro incierto? Hoy pienso en eso. ¿Qué es lo que realmente quiero, lo que realmente espero, y lo que verdaderamente me construye?
Quiero amigos que se queden, enamorarme de alguien que realmente me acompañe y con quien pueda construir, quiero estar presente en los pequeños momentos de mis seres más queridos…pero también quiero viajar, conocer, descubrir. Irme sin fecha de regreso, hacer más voluntariados en hostales, vivir el día a día, atreverme a apostarle realmente al amor y a la incertidumbre. Vivir. Quiero inestabilidad pero estabilidad de corazón y con la gente que me rodea. Y siento que esas cosas no compaginan con la vida que llevo ni con mi forma de ser y los principios que me hacer ser quien soy. ¿Qué hacer?
La verdad es que por ahora me voy a detener un poco. Seguir viajando pero sin moverme del lugar en el que resido: Madrid. Seguir asombrándome de los detalles, descubrir las pequeñas grandes cosas…ser un turista en mi hogar. Este es el primer paso…lo que venga después, ya veré. Por el momento, mi corazón y mi cabeza se quedan tranquilos con esa decisión. Como siempre digo, todo es cuestión de perspectiva, ¿no?